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Mil años en Babilonia son igual a un día.
No
son palabras escritas por azar las que ellos, los apóstoles de Jesús dejaron
escritas. Jesús los autorizó en todo lo
que dijeran en su nombre, cada palabra de uno solo de ellos doce, es la
creación de la historia misma de la humanidad. Una palabra de ellos doce, puede
valer milenios de historia. Como la frase de Pedro, que para Dios mil años son
igual que un día. El verbo es
creador.
Un
día es igual que mil años, para Dios, según las enseñanzas de Pedro (2ª Pedro
3:8), uno de los despreciados doce apóstoles de Jesús. Pedro, le dio el nombre
de Babilonia a Roma (1ª Pedro 5:13). Un
milenio es un día para Dios, y van dos milenios, dos días, desde que Jesús se
fue y no ha vuelto. Jesús volverá el día el día del juicio final, antes no
serás visto por la humanidad. Estamos en el amanecer del tercer día, porque
estamos iniciando el tercer milenio. Jesús resucitó al amanecer del tercer día,
Jesús no resucitó a los tres días, ni Jesús resucitó a las setenta y dos horas
cumplidas.
Los
descendientes de los doce apóstoles de Jesús están secuestrados en la Gran
Babilonia. Igual que los convertidos del
pueblo de Dios que vivían en Roma, en los primeros siglos, durante las
persecuciones. Estaban en Roma y no eran romanos, ni tenían que ver con su
idolatría, ni con su culto al césar. Así mismo está secuestrado el pueblo de
Dios que vive en la gran Babilonia del espíritu, durante la tiranía de dos mil
años de Pablo, en la religión romana. Estamos en los tiempos de las tinieblas,
adorando las palabras de Pablo. El pueblo de Dios está secuestrado en la Roma
espiritual, tal cual estuvo el pueblo de Israel en Babilonia. No saldrán de
Babilonia hasta tanto dejen de adorar las falaces enseñanzas de Pablo como si
fueran palabras de Dios.
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