EL ESCRITOR


Luis Fernando Franco Callejas


Nació el 13 de diciembre de 1.955 en Medellín, Colombia.  Criado en un hogar católico, sirvió desde niño en la iglesia como acólito y estudió en un colegio de sacerdotes (UPB), por lo que venían a su mente muchas preguntas, pues no coincidía lo que oía que había dicho Jesús, con lo que enseñaban en su nombre, en las diferentes iglesias católicas y protestantes que conoció; pero guardaba silencio por respeto.  Leyó por primera vez una biblia a los trece años.  Durante la juventud trataba de entender la justicia de Dios, pero hallaba muchas aparentes injusticias de Dios, sin una buena explicación, por lo que no creía a ciegas en todo lo que enseñaban en las iglesias, influido por las lecturas de los filósofos ateos, que con razones válidas y poderosas, atacaban las contradicciones y los errores, sistemáticamente negados en todas las iglesias, pero imposibles de ocultar por siempre a la luz del sol.

Se internó en la selva de Aquitania, Antioquia, alrededor del año 1.979 para estudiar la Biblia, lo más alejado posible de influencias de maestros humanos.  Durante tres años de estudios como ermitaño, tomando agua durante el día y des-ayunando todos los días cuando se ponía el sol, aislado de periódicos, revistas, televisión y radio, transcribió en detalle, veinte veces, para meditarlos mejor, los cuatro evangelios, además las epístolas de Santiago, Pedro, Juan, Judas y el Apocalipsis, mientras leía los demás libros de la Biblia una y otra vez.  Ha sido autodidacta en sus estudios de las sagradas escrituras.  Ni tiene, ni desea títulos humanos, que certifiquen que sabe algo sobre el reino de los Cielos, pues los considera un absurdo, según las enseñanzas de Jesús.  Ha vivido desde 1.985 en Sincelejo.

Tenía sus opiniones, libremente formadas durante los años de estudios independientes, sobre las escrituras sagradas, guardándolas en silencio, en total secreto, siempre respetando y tolerando las opiniones de todos los demás sobre el reino de los Cielos.  Pero el 13 de agosto de 2.006, le fue dicho, de parte del Espíritu de Dios, por medio de una mujer, evangélica, que en ese entonces tenía espíritu de profecía, que estaba tardando mucho en escribir lo que le había revelado el Espíritu durante los años anteriores.  Esa mujer, que venía de una jornada de cincuenta horas de oración continua, que no se conocía con el mensajero, no sabía a qué, ni a quién se refería en esa profecía.  Jamás se hubiera imaginado la dimensión de lo que estaba poniendo en ejecución, al tomar al mensajero, en medio de un ayuno, y hablarle a lo profundo del alma, de parte de Dios.  Ese día, las que el mensajero creía que eran unas opiniones personales secretas, empezaron a ser este mensaje, por demás, bastante difícil de entregar a la humanidad, riesgoso para la vida de sus portadores y de los que deseen difundirlo, debido al fanatismo ciego, de aquellos que no toleran que haya libres pensadores en el cristianismo mundial.

No cree tener autoridad moral para ser portador del mensaje que le fue revelado, sin contaminarlo con sus propias impurezas, aunque en verdad nadie sería hallado digno de entregarlo a la humanidad, pues nadie es puro del todo, por lo que considera que ser portador del mensaje siempre será un honor inmerecido.  Por lo tanto, acepta que la pureza y la sabiduría del mensaje le sobrepasan por mucho, y que el mensaje es el que importa, sin importar que les pueda suceder a los mensajeros, pues los mensajeros viven es para entregar el mensaje.  



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