LA
VERDAD ORIGINAL DE JESÚS
CAPITULO
3
EL
PADRE ENVIÓ A JESÚS Y AL ESPÍRITU DE JESÚS.
33.
El Padre decide cuales seres humanos lo conocerán.
Según
Jesús, el Padre decide, previamente, muchas circunstancias de las vidas
humanas. El Padre es el que decide en
cual nación, en cual cultura, en cual religión y en cual tiempo, nace todo ser
humano, y eso no es casualidad, no es azar. Es coincidencia, porque coincide
con el plan del creador. Miles de
millones de seres humanos jamás oirán hablar de Jesús, el hijo de Dios, por
decisión del Padre, que los envió a nacer afuera del pueblo de Dios, en otros
pueblos, que el Padre creó y dispuso sobre la tierra, según su soberanía.
El
Padre envió a su Hijo único, una parte perfecta de sí mismo, para que todo
aquel que crea en Jesús, tenga vida eterna, comparta con Dios la
eternidad. Pero nadie puede reconocer
por sí mismo que Jesús es Dios, nadie puede creer en el nombre y en las
enseñanzas de Jesús, como enviado único del Padre, si el Padre, que envió a
Jesús, no envía también a ese ser humano a donde Jesús (Juan 6: 37, 44 y
65). No es potestad del hombre reconocer
que Jesús es Dios, es el Padre quien les revela la verdadera identidad de
Jesús, a quienes el Padre desea revelarlo.
Nadie además del Padre puede revelarnos que Jesús es el Cristo, el
Mesías, el enviado. Pablo no puede ni podrá.
34.
Jesús enseñó que millones serían enviados a Él de todas las naciones.
Que
vendrían a Él desde todos los confines de la Tierra. Vendrá a Jesús, lo mejor de las naciones,
enviados todos hacia Jesús, por el Padre. Pero no vendrán a Jesús los que los
seres humanos creen que son los mejores, sino los que el Padre decida llamar. El Padre es el que envía a los seres humanos
hacia Jesús, no es potestad humana, reconocer a Jesús como único enviado de
Dios.
Los
israelitas, creían que era potestad humana y le pedían a Jesús que les
comprobara que él era aquel Mesías que ellos estaban esperando. Si el Mesías es su superior, ninguno que lo
sea, les va a demostrar quién es. Antes, por el contrario, les va a exigir que
lo reconozcan ellos a él, sí son los suyos. Jesús no tenía por qué, demostrarle
a su pueblo, ni a los sumos sacerdotes, ni a los escribas, ni a los fariseos,
que Él era el Mesías. Sino que ellos, tendrían necesariamente que reconocerlo. Por eso Jesús siempre se oponía a darles
pruebas de su divinidad, con evidente disgusto.
Todo aquel que es de la verdad, reconoce al creador de la verdad sin que
se lo tengan que demostrar, oye la voz de Jesús como divina y no reconoce como
de Dios las palabras que no son de Jesús.
35.
El espíritu que Jesús envía es su propio Espíritu, el espíritu de Jesús.
Cuando
Jesús habla de espíritu de Jesús, no dice un nombre sino una cualidad del
espíritu del que habla. Dice que es santo, no que ese sea su nombre. El nombre
del espíritu es: espíritu de Jesús. Jesús enseñó que el Padre enviaría el Espíritu
de Jesús en su nombre (Juan 14:26 y 15:26).
Lo enviaría solamente cuando Jesús se fuera de este mundo y que estaría
hasta el día final, cuando Jesús, en carne, vuelva y retome su espíritu.
Pero
Jesús también enseñó que él enviaría al espíritu de Jesús, una vez se hubiera
ido a su trono. Parece algo confuso que diga que el Padre lo envía en su nombre
y que diga que él lo va a enviar. Lo envía el Padre en nombre de Jesús y lo
envía Jesús en nombre del Padre. Porque el Padre y Jesús uno solo son. Al ser enviado por el Padre el espíritu de
Jesús, a petición de Jesús y en nombre de Jesús, entonces, es Jesús quién lo
envía a los seres humanos.
El
espíritu de Jesús que Jesús envía es su propio espíritu, el espíritu sin medida
que el Padre le dio, el Espíritu con el que Jesús habló y enseñó aquí en la
Tierra, el Espíritu que entregó en las manos del Padre un instante antes de
expirar. Ese espíritu, mora por siempre
en los cuatro evangelios y de ellos sale a regar la tierra con la palabra de
Dios. Por eso dice que permanece hasta la venida segunda de Jesús. El que
reciba otras palabras diferentes a los cuatro evangelios, como el espíritu de
Jesús, se engaña a sí mismo.
36. Un solo nombre para Dios.
El
nombre de Jesús es el mismo nombre del Padre. No existe nombre alguno para los
seres humanos, que pueda contener la esencia del Padre, que pueda nombrar al
Padre, sino el nombre de Jesús. Es el
único nombre que en sí mismo puede contener la esencia del Padre, y es el único
nombre que el Padre reconoce como suyo propio, cuando es invocado por un ser
humano. Al nombrar a Jesús, nombramos al
Padre y también invocamos al espíritu de Jesús. No es necesario llamarlo Jesús
el cristo, ni Jesús de Nazaret. El solo nombre de Jesús es suficiente para que
tanto el Padre, como el espíritu de Jesús, sepan que se trata de ellos tres. Es
el único nombre que en sí mismo, sin descripción, ni sobre nombre, ni ante
nombre, llega a su dueño y es aceptado en lo más alto. El nombre de nadie es
igual al de Jesús.
Jesús
dio a conocer a su Padre. Y nadie además de Jesús puede dar a conocer al
Padre. Jesús es el Hijo unigénito del
Padre y nadie además de Jesús lo es. Por eso Jesús no se refería a Jehová o
Yahvé, como los Israelitas lo invocaban, sino que Jesús hablaba de su Padre,
porque solamente lo podemos conocer como el Padre de Jesús. El nombre de nadie,
además del nombre de Jesús, ha estado unido al nombre de Dios, desde el
principio de todos los tiempos. El
nombre de nadie, además del nombre de Jesús, será reconocido en el Cielo y en
la Tierra por todos los seres humanos, buenos y malos, justos e injustos,
salvos y condenados, como el único nombre de Dios, el único nombre ante el cual
responden tanto Jesús, como el Padre de Jesús y el espíritu de Jesús.
No
hay otro nombre sino el nombre de Jesús, sobre la tierra y bajo el sol, en
quien podamos trascender al más allá (almas allá). Ni hay otro nombre sobre la Tierra para
denominar a Dios, según Jesús. Jehová o
Yahvé no es un nombre, sino que es la condición de ser “el Señor” que ellos
desconocían. El Padre es innombrable, un
nombre no puede llamarlo a Él, ni puede describirlo, ni puede contenerlo. Los Israelitas llamaban a su Dios YHVH, que
no es un nombre propio, sino solo cuatro consonantes usadas para decir: «El
Señor». Jesús es “ese Señor”.
El
espíritu “santo” tampoco tiene nombre propio, pues él es los pensamientos del
Padre expresados por la boca de Jesús, que no expresaba sus propios
pensamientos. Es el espíritu que el Padre envía en nombre de Jesús, por tanto,
su único nombre es el nombre de espíritu de Jesús. Tanto el Padre de Jesús, como el Espíritu de
Jesús, tienen el nombre de Jesús unido a ellos.
Al nombre de nadie, además del nombre de Jesús, responde el plenamente
Padre de Jesús y también responde plenamente el espíritu de Jesús. “Lo que pidáis en mi nombre os será hecho”,
enseñó Jesús (Juan 14:13 y 15:7). El
nombre de Jesús es el nombre sobre todo nombre.
El nombre de Jesús es el único nombre verdadero de Dios (trino).
37.
Hora de honrar el nombre: “Jesús”.
El
eje del cristianismo es Jesús, el Cristo, y nadie además de Jesús, ese es el
eje del cristianismo. El nombre de
cristianismo dice de los adoradores del Cristo, no se llama con el nombre del
Padre de Jesús, ni se llama con el nombre del espíritu de Jesús, puesto que no
tienen nombre diferente al nombre de Jesús. Si no es con el nombre de nadie unido al nombre de Jesús, no hay cristianismo, pues nadie además de Jesús nos da a conocer al Padre y nos
envía el espíritu de Jesús. Es imprescindible
nadie unido a Jesús, para poder tener a Jesús.
Y el que tiene a Jesús tiene al Padre, que lo envió.
Ni
aún el pueblo de Israel tenía al Padre, hasta que vino Jesús. Por eso fue por lo que Jesús les dijo a los
judíos, que todos los que vinieron antes de Él eran ladrones y salteadores
(Juan 10:8). Les dijo también que ellos,
los judíos, no eran hijos de Abraham, sino hijos de Luzbel, que Luzbel no se
había mantenido en la verdad, porque no hay verdad en Luzbel, y que nadie había
visto jamás a Dios, sino que el hijo unigénito es, quién lo da a conocer (Juan
8:44). El nombre de nadie vale todo lo que vale el nombre de Jesús. Pero en las naciones es honrado el nombre de
profetas y el nombre de falsos profetas, como si tuvieran el mismo valor del nombre
de Jesús.
Ha
sido desatada, desde hace dos mil años, una descomunal masacre de almas. Todos
los que nacen son llevados al poderoso engaño de las magníficas enseñanzas de Pablo,
por orden de lo alto para la gran prueba final.
Pablo sedujo a las naciones, y la gran mayoría de los cristianos adora y
sirve a Jesús y a Pablo también. Reverencian el nombre de Pablo, como si
tuviera igual valor que el nombre de Jesús.
Cuando leen las enseñanzas de Pablo, con toda ingenuidad, dicen que
están leyendo palabras de Dios, con lo que lo ascienden a la misma altura de
Jesús. Ni siquiera se dan cuenta que al
tomar como palabras de Dios esas palabras, están adorándolo como a Dios en sus
mentes. Algún día se hará justicia al nombre de Jesús, será honrado su nombre,
al lado del nombre de nadie. Ya está
pronto el día de la verdad.
38.
¿Cuándo estás en la presencia de Dios?
¿En
dónde puede ser hallado, sin lugar a duda, el espíritu que envió Jesús? ¿En dónde está el Dios que quedó sobre la
Tierra cuando Jesús se fue? Ese Dios único
está en las palabras de los cuatro evangelios de Jesús, en ninguno otro lugar
se deja conocer Jesús. Las palabras de
Jesús son el mismísimo espíritu de Jesús, son el espíritu que moraba en Jesús
sin medida.
Cuando
un ser humano lee los cuatro evangelios está delante de la misma presencia de
Dios, está ante el Espíritu que dejó Jesús.
En los cuatro evangelios todos los seres humanos pueden hacer contacto
perfecto con Dios. En ninguna otra parte
de toda la Tierra, se da ese contacto puro y perfecto, en la misma presencia de
Dios.
Cuando
un ser humano guarda en su memoria las enseñanzas y las historias que nos dejó
el espíritu de Jesús en los cuatro evangelios, ese ser humano está en unidad
con Jesús, está comulgando con Jesús, está comiendo el cuerpo y la sangre de Jesús,
está comiendo el pan y bebiendo el vino de la última cena. El ser humano que guarda en su memoria, los
evangelios, las enseñanzas de Jesús, guarda a Jesús adentro de sí, come el
cuerpo y la sangre divinos, bebe la sangre de Jesús, en la copa en que él la
sirvió para que la bebiéramos, en los cuatro evangelios, bebe la sangre sagrada
en el mismísimo santo grial. Los cuatro
evangelios son el espíritu de Dios, son el testimonio de Jesús, son el verbo
eterno.
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