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La sangre de los mártires derrotó a Roma.
Esa
sangre de los mártires de las persecuciones romanas fue la derrota espiritual
de Roma (Babilonia). Esa sangre de cristianos, que fue derramada porque ellos
tuvieron valor y ellos no negaron su fe. Ellos no aceptaron adorar a un hombre
como si fuera Dios. Esa sangre derramada, derrotó a Roma, la que se creía invencible. La gran Roma de la carne, la loba, la madre
de todos los hombres lobo. Esa Roma fue derrotada por la sangre de unos cuantos
mártires, que se dejaron asesinar sin pelear, todo por no reconocer que un
hombre, el césar, era dios, por no adorar al césar como Dios.
Sangre
de los mártires de Jesús, con la cual se embriaga la ramera de hoy, la Roma
espiritual de hoy, la Babilonia de hoy. Roma se robó esa sangre para su gloria
y su vanidad. La concubina del césar espiritual, Pablo, la que le es infiel a Jesús.
La que va en pos de maestros humanos, inducida por las enseñanzas de Pablo. La
que ha convivido por dos milenios con las enseñanzas de Pablo, adorándolas
cuando las reconoce supuestamente como “palabras de Dios”.
Roma
muere, pero el cristianismo sobrevive, cuando la ramera no esté más sobre la
Tierra, desviando a los hijos de Dios, con las enseñanzas de Pablo, cuando no
se adore más al césar romano espiritual, como si fuera dios, al creer que sus
enseñanzas humanas son palabras de Dios.
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