18. El cuidado de no aceptar usurpadores.
Los
verdaderos profetas no se interponen entre Dios y los hombres. En esto también diferenciamos a los profetas
verdaderos, de los falsos profetas, en que los falsos profetas y apóstoles,
pretenden usurpar, con sus enseñanzas, las enseñanzas de Jesús, interponiéndose
entre Jesús y los cristianos, como lo está el anticristo (Pablo). Aparentemente, los astutos falsos profetas,
no enseñaron a los cristianos a dejar de lado a Jesús, incluso le dan la gloria
a Jesús, en algunas de sus enseñanzas, pero en otras enseñanzas le roban,
descaradamente, la gloria a Jesús. ("sed imitadores míos como yo los soy
de Cristo" 1 Corintios 11:1. ver también: 1 Corintios 4:16, Filipenses
3:17). Por lo que, dos mil años después, ahí están esas sutiles enseñanzas,
interponiéndose, usurpando, ensuciando y pisoteando el lugar santo, que es la
palabra viva de Dios. Sus enseñanzas, los ponen en su lugar.
Pablo pretendió para sí ser el treceavo
apóstol, porque necesitaba para su nefasta misión probadora de seres humanos, usurpar
ese puesto de autoridad total y de privilegio, que a nadie le fue concedido
tener, de ser el treceavo apóstol. Por lo que con prodigios, argumentos,
falacias y engaños, se apropió del título de apóstol, dado por Jesús a los doce
cimientos del muro de la nueva Jerusalén, a las doce piedras de su pectoral
eterno, diciendo Pablo a sus seguidores, que él es el treceavo apóstol.
Pueden decir que cuando Jesús llamó a sus
doce apóstoles, Pablo era muy joven, y por ello no era apto para ser apóstol
del número de los doce, según parece por las escrituras. Pero no era un problema
para el Padre haber puesto a Pablo en la tierra en una edad semejante a la edad
de los demás apóstoles de Jesús. Si el Padre, de verdad, hubiera deseado, por
un solo instante, que Pablo fuera un apóstol de Jesús, Pablo hubiera sido del
número de los doce, pues el Padre todo lo puede. Pablo ni siquiera fue llamado
por Jesús, para pertenecer al numeroso grupo de sus cientos de discípulos y
seguidores, que no fueron llamados apóstoles por Jesús, entre los cuales hasta
había jóvenes, como Marcos, el que huyó, dejando su ropa en las manos de los
soldados que apresaron a Jesús, en el huerto de los olivos.
En
el tiempo que Jesús estaba sobre la tierra, Pablo estaba también en Israel,
pero no oyendo a Jesús, sino por el contrario, haciéndose un fariseo
recalcitrante. Era un joven aprendiz, de un maestro mediocre del pueblo de
Israel, llamado Gamaliel, que era un maestro fariseo, sobrevalorado en las
epístolas de Pablo, para poder engañar a los gentiles con Gamaliel, haciéndoles
creer que sabía mucho de la ley de Dios y de la verdad de Dios. Pero Gamaliel, ese
supuesto gran maestro del pueblo de Dios, ni siquiera reconoció quien era
Jesús, como si lo reconocieron Nicodemo y José de Arimatea. Tampoco Gamaliel se
convirtió al cristianismo de los apóstoles, por lo que, en el cristianismo
verdadero, ese tal maestro Gamaliel, en verdad nada vale.
Pedro y los otros diez apóstoles, se
reunieron para pedirle al Espíritu de Jesús, que los guiara a señalar al
elegido como apóstol, según la voluntad de Dios, luego de suicidarse el falso
apóstol Judas, para que el número de doce permaneciera cerrado. Era
absolutamente necesario para ellos, según su autoridad, emanada del Espíritu de
Jesús, que el elegido hubiera estado con Jesús durante todo el tiempo de su
ministerio y que también pudiera ser testigo directo de la resurrección de
Jesús, y que además hubiera recibido el Espíritu de Jesús el día de
pentecostés. Esas eran unas condiciones sin las cuales nadie podía ser del
número cerrado de los doce apóstoles de Jesús. No creáis a cualquier espíritu,
sino escudriñad los espíritus a ver si son de Dios. (1a de Juan 4:1)
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