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Dios es Dios de los que están vivos, no de los muertos.
Dios
no es Dios de muertos, sino que es Dios de vivos, según enseñó Jesús. Jesús enseñó que Dios es el Dios de Abraham,
de Isaac y de Jacob, porque para Dios todos vivimos al tiempo (Mateo 22: 31-32)
(Lucas 20: 37-38). Para Dios no hay
tiempo, para Dios no hay un ayer, un hoy, un mañana, pues Dios es eterno. Por eso es por lo que el Padre y Jesús ya
saben “cómo les fue a todos los humanos” en esta vida, pues para ellos dos ya
se dio el juicio final. Dios no está
pendiente de lo que va a suceder en el porvenir. Para Dios todo sucede en un
instante llamado eternidad. Ya sabe Dios
quien se salvó y quien se condenó a sí mismo con su libre albedrío.
También
Jesús dice que Él es la resurrección y la vida. Que aquel que crea en Jesús no
morirá para siempre. Y todo aquel que vive y cree en Jesús, aunque esté muerto,
vivirá. Dice el apocalipsis, que los
hombres buscarán la muerte, y la muerte huirá de ellos. Jesús hablaba en el
monte de la transfiguración, con Moisés y Elías, vivos, delante de Pedro,
Santiago y Juan.
Todas
esas enseñanzas de Jesús, sobre la permanencia de las almas, han sido desestimadas,
por los seguidores de las enseñanzas del "desconocido" autor de la
epístola a los hebreos. Para su propia
perdición se engañaron las naciones, se dejaron seducir de las palabras unos
simples seres humanos, como Pablo. Se fueron más allá de de las enseñanzas de
Jesús. Traspasaron a Jesús por creerle al autor de la epístola a los hebreos.
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