133. El anticristo es sensación mundial.

133. El anticristo es sensación mundial.
El anticristo ha sido, es y será, la sensación mundial. Sus enseñanzas retumban en todas las iglesias.  Es más poderoso su engaño, que el engaño de Luzbel mismo, puesto que se trata de un ser humano y no de un ángel de Dios. Por ese solo hecho es más poderoso su engaño.  Es el hijo de Luzbel. Ha atrapado a miles de millones de seres humanos en las redes de sus palabras.  Y decir miles de millones no es exageración, es una realidad cumplida y consumada por Pablo y por sus seguidores.  La gran Babilonia, dividida en tres partes, (católicos, ortodoxos y protestantes) (Apocalipsis 16:19) ha seguido a Pablo, durante dos mil años y lo seguirán aún más, sin una mínima duda o vacilación. 
Será impresionante al final, la gran cantidad de engañados, pequeños y grandes entre los hombres.  Hasta los más preparados, los más eruditos, se verán a sí mismos como engañados.  Los hombres no ven a Pablo, tal cual es, a la luz de las palabras de Jesús, porque no están ante Jesús, y dejan que les cambien las enseñanzas de Jesús, por otras enseñanzas muy parecidas, pero más humanas, más mundanas, más fáciles de cumplir, menos celestiales, menos divinas.
Pablo elevado a los altares, adoradas sus enseñanzas como palabra misma de Dios, igualado con Jesús, esa es la sensación mundial, pero a la vez es la abominable desolación en el lugar santo, en el lugar sagrado, es la prueba grande que vino para zarandear a toda la humanidad.  No perciben la sutil diferencia entre las enseñanzas del hombre y las enseñanzas de Dios.  No reconocerán quien es Pablo, los hombres que no se postren ante Jesús y ante nadie además de Jesús.  Jesús no comparte su gloria con hombres.  No podrán reconocer los idólatras a Pablo como el usurpador, sus ojos estarán vendados.  No verán que, siendo un simple hombre, le darán la gloria que es del Dios único verdadero.  A Pablo le dan la gloria de Jesús, a un usurpador, a un aparecido, a un cualquiera, como realmente es. Le dan la gloria de Jesús al aceptar sus palabras como la palabra de Dios.



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