214. El Espíritu de Jesús a nadie ha derribado o enceguecido.

214. El Espíritu de Jesús a nadie ha derribado o enceguecido.
Jesús no hubiera obligado a Pablo a seguirlo, Jesús no hubiera derribado y enceguecido a Pablo, para obligarlo, quisiera o no quisiera, a decidir convertirse en cristiano.  Los cristianos que conocen a Jesús, los que son de la verdad, saben bien que jamás Jesús obliga a un hombre a salvarse o a trabajar para Él.  Jesús respeta la libertad de todo ser humano, porque Jesús nos libera.  Jesús es todo lo contrario que ese rayo diabólico, visto por Jesús, descendido desde el mismo Cielo, pues Jesús es la libertad.
El espíritu de Jesús no derribó a Pablo.  El espíritu que derriba a las personas es el espíritu de Pablo. El espíritu que hace que las personas pierdan la luz de sus ojos, al perder la conciencia. El espíritu que los enceguece momentáneamente. El que hace que las personas pierdan la fuerza, que pierdan la energía, que caigan sin control al piso. Ese es el mismo espíritu falaz que cayó sobre Pablo, lo derribó y lo encegueció.  Es un espíritu que quita, que tumba, que derriba.  Pero el espíritu de Jesús da luz, ilumina la visión, da vida, da fortaleza, da control de sí mismo al ser humano. Nada quita al cristiano, el cual no pierde las fuerzas, ni pierde la conciencia, derribado en el piso, sino todo lo contrario.
¿Por qué, ingenuamente, reciben a cualquier espíritu como venido de parte de Dios?  «Escudriñad los espíritus, a ver si de verdad son de Dios, porque muchos falsos espíritus han salido a escena en el mundo» enseñaba Juan, el apóstol preferido de Jesús, desde el siglo primero. Los seres humanos temerán llamar falso apóstol a Pablo. Temerán decir que las palabras de Pablo no son la palabra de Dios. Más temerán decir que las enseñanzas de Pablo no son del espíritu santo.  Temerán por estar extraviados de la verdad, por no conocer las enseñanzas de Jesús, temerán diferenciar el espíritu falso, que les trae Pablo.  Lo que más temían, que era blasfemar en contra del espíritu santo y por eso no se atrevían a diferenciar los espíritus, eso es lo que les vino, la condenación, por recibir el espíritu falaz, y en ello, blasfemar del verdadero espíritu de Jesús.



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