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La verdad de los doce no ha sido dañada.
La
pura verdad de Dios, la verdad virgen, la verdad sin mancha, está en las
escrituras. Pero realmente no es reconocida, ni es aceptada entre los
cristianos de las naciones gentiles. Porque los seres humanos se extravían del
sendero de las enseñanzas de Jesús, por las enseñanzas de Pablo. Él, con maña,
infiltró errores entre sus enseñanzas, escritas como verdades del Cielo. Las
respaldó con las señales y prodigios, que le fue dado hacer delante de los
hombres. Solo así podía extraviar a todas las naciones. No era fácil seducir a
las naciones durante estos largos dos mil años.
A
pesar de esta trama hábilmente tejida, el templo de la verdad de Jesús está
limpio y sin manchas ni contaminaciones ni suciedades. Está abierto para los
que de verdad deseen entrar. Está en las escrituras. Está en la teoría,
mientras pasan los tiempos de las naciones. Está vivo en los cuatro evangelios
y en las enseñanzas de los doce apóstoles de Jesús, autorizados desde el cielo.
Solo en los cuatro evangelios y en los doce, vive la verdad, con la más grande
autoridad que haya sido dada a ser humano alguno sobre toda la tierra.
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