63.
El juicio final resuelve dilemas que propusieron ángeles y decidieron hombres.
El
juicio final de Jesús es tan perfecto, que nadie va a estar en desacuerdo ese
día, con el veredicto. Sin que Jesús tenga que demostrar la justicia del
veredicto, cada mente llegará por sí misma al mismo veredicto mediante la
sabiduría dada a todos en ese instante.
El
juicio es solo sobre cómo cada uno haya usado su libre albedrío. Un juicio
sobre lo que cada uno decidió libremente, no sobre lo que no pudo decidir. El
juicio es para saber quiénes recibirán la vida infinita, con capacidad de
decisiones propias. El juicio es sobre quienes pueden tomar los frutos del
árbol de la vida, que ha ofrecido Jesús. El juicio final de Jesús no es la
premiación para las personas que no se equivocaron, que fueron perfectas;
porque nadie es perfecto, con esos ángeles, proponiendo tantos deseos
diferentes.
Mucho
menos el juicio de Jesús es para decidir quiénes pueden volver al paraíso, en
las mismas circunstancias de antes de comer de los frutos supuesta mente prohibidos.
Ya es imposible deshacer ese ascenso dado a la humanidad. Ni es un juicio para
convertir humanos en ángeles, puesto que los humanos no son inferiores a los
ángeles, sino todo lo contrario.
Los
elegidos de lo alto, indignos como todos, pero elegidos por misericordia en el
juicio entre el bien y el mal, los rescatados de ese caótico árbol, pueden
extender sus manos y tomar el fruto del árbol de la vida. El fruto de ese árbol
de la vida es un estado humano aún más superior respecto a los ángeles, el
estado de hijos de Dios. La resolución del juicio final es la suma de los dos
estados: el jamás perdido estado de libre albedrío, más el estado de vida
eterna. Solo queda dar gracias por esos dos árboles.
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